“La habitación de Giovanni”: un antídoto contra la vergüenza

El novelista Garth Greenwell, autor de Lo que te pertenece, encontró cuando era adolescente, consuelo en la novela parisina de James Baldwin. Se ha vuelto a publicar en castellano, por Editorial tres puntos, esta novela clásica, y Greenwell reconoce su deuda con ella.

No recuerdo con exactitud qué edad tenía cuando descubrí por primera vez La habitación de Giovanni, pero era bastante joven, tal vez 14 o 15 años. Crecí en Louisville, Kentucky, y había una maravillosa librería independiente en la ciudad, un lugar llamado Hawley-Cooke, donde, como ya un niño aficionado a los libros, pasaba casi todos los viernes por la noche. Esta tienda tenía una sección dedicada a la literatura lésbica y gay, escondida en una esquina trasera, y cada vez que iba, pasaba unos sudorosos minutos allí antes de tomar un título y llevarlo a otra parte de la tienda para sentarme y leer.

Tengo ahora sentimientos encontrados acerca de las secciones de literatura lésbica y gay en las librerías, pero fue un recurso maravilloso para el muchacho de antes de la Internet que yo era. Siendo un estudiante de escuela pública de Kentucky, lo que significaba que no recibía mucha educación literaria, no tenía idea de qué nombres buscar. Elegí libros casi al azar, según sus títulos, supongo, o sus portadas, un método que me llevó a Edmund White, Yukio Mishima, Jeanette Winterson, Baldwin. Es difícil exagerar lo que significaron, al crecer en el sur de Estados Unidos, esos libros o el consuelo que obtuve de ellos y de su visión de la vida queer como poseedora de un grado de dignidad humana. No importaba que esa dignidad fuera muy a menudo la dignidad de la tragedia; seguía siendo una especie de antídoto contra la vergüenza.

…Sabía que le debía mucho al libro, y es una deuda que estoy ansioso por reconocer. Pero hasta esta reciente relectura, que también fue la primera vez que leí el libro como un novelista, no me había percatado de cuánto había aprendido de él…

La vergüenza es uno de los temas centrales de La habitación de Giovanni, publicada en 1956, que relata una atormentada historia de amor en París entre el narrador estadounidense, David, y Giovanni, un barman italiano. Pero eso no lo señala de manera suficientemente fuerte: la novela entera es una especie de anatomía de la vergüenza, de sus raíces y los mitos que la perpetúan, del daño que puede causar. Y también de su arbitrariedad, ya que como refutación de cualquier afirmación de que la vergüenza podría ser un pertrecho natural de la condición queer —la creencia que subyace en el centro del malestar de David— la novela ofrece el hecho de Giovanni, que parece inmune a la vergüenza, o al menos a la vergüenza que atormenta a David. Y es esta libertad la que lo hace asequible al gozo y al amor que David finalmente cree que los hombres no pueden compartir entre sí. Ese fue el bálsamo del libro cuando lo leí por primera vez, la sensación que entrega de que la tragedia que narra es cualquier cosa menos inevitable, el resultado no de alguna dinámica ineluctable del deseo entre personas del mismo sexo, sino de las limitaciones de David, un hombre severamente dañado.

Leí de nuevo La habitación de Giovanni en la universidad, y una vez más después de eso, varios años más tarde, cuando consideré asignarlo como lectura a mis estudiantes de secundaria en Ann Arbor, Michigan. Lo leí de nuevo recientemente porque me pidieron que hablara sobre el libro, y me pidieron que lo hiciera porque suele hacerse referencia a él en las discusiones sobre mi propia novela, Lo que te pertenece. Sabía que le debía mucho al libro, y es una deuda que estoy ansioso por reconocer. Pero hasta esta reciente relectura, que también fue la primera vez que leí el libro como un novelista, no me había percatado de cuánto había aprendido de él. Nunca había estudiado sobre la ficción antes de escribir mi primera novela; toda mi educación en el oficio fue de aquella clase inconsciente, una imitación de cosas que admiro en los libros que amo.

La Habitación de Giovanni / James Baldwin

Recordaba, por supuesto, los elementos narrativos que mi libro comparte con el de James Baldwin: un narrador estadounidense que está en el extranjero, abrumado por la sensación de que, corriendo con toda su fuerza, a la vez caliente y frío, el deseo pelea con la ambivalencia. Pero en esta ocasión me sorprendieron las estrategias formales y estilísticas que creo que debo haber encontrado por vez primera en ese libro. No había leído a Henry James cuando descubrí La habitación de Giovanni, por lo que sospecho que era la primera vez que me encontraba con un novelista rastreando jamesianos microclimas de sentimientos, algo que Baldwin hace a lo largo de la novela con gran efecto. Hay un momento maravilloso justo antes de que David y Giovanni se conozcan, cuando David se mueve entre una multitud de hombres emocionados por la presencia del nuevo barman: “era como moverse en un campo magnético o como aproximarse a un pequeño círculo de calor”.

Pero lo que más admiro del libro es su concepción, peculiarmente lírica, del tiempo. La novela está enmarcada por escenas en tiempo presente ambientadas al final del drama, en la noche anterior a la ejecución de Giovanni. Esto libera a Baldwin de cualquiera de las estrategias a veces torpes de retención narrativa y suspenso. Todos los puntos principales de la trama del libro se declaran en las primeras páginas: sabemos que David ha abandonado a Giovanni, sabemos que la ex prometida de David, Hella, ha regresado a los Estados Unidos, sabemos que Giovanni ha sido sentenciado a muerte.

Hay una extraña especie de placer en revelar tanto de la historia al principio. Ubicar el punto de narración aquí le da a Baldwin acceso a toda la narración en cada momento, lo que le permite moverse libremente de un lado a otro a lo largo de toda la línea de tiempo de la acción. En la primera página del libro, David se proyecta hacia el futuro, imaginando el viaje en bus que tomará a París; en la segunda, recuerda haber conocido a Hella; inmediatamente después de esta primera escena, el libro se sumerge en el pasado profundo de la infancia de David. Esta extraordinaria libertad con el tiempo tiene un efecto muy conmovedor en varios puntos de la novela, quizá sobre todo cuando, al dar una idea de las pocas semanas felices de David con Giovanni, Baldwin mantiene el tiempo en suspenso y nos permite rastrear su paso. Lo hace a través de una narración generalizada, que sobrevuela un “día típico” —mañana, tarde y noche— que es interrumpido por escenas en las que podemos escuchar las súplicas de un Giovanni cada vez más agitado y desconcertado.

Dije que el libro me proporcionó, cuando adolescente en Kentucky, un antídoto contra la vergüenza. Pero también es cierto que el libro le da una voz, más bien horrible, a la autodespreciativa repugnancia de David por la homosexualidad. Hay un pasaje extraordinariamente doloroso, temprano, justo antes de que David conozca a Giovanni, cuando observa a un grupo de homosexuales afeminados. Los describe a través de una serie de metáforas animales, primero como loros, luego como pavos reales ocupando un corral. Finalmente, en una imagen que me duele cada vez que la leo, David dice de un joven vestido de mujer que “me parecía tan grotesco que me ponía incómodo, quizá de la misma manera en que a algunas personas les causa malestar estomacal ver monos comiendo su propio excremento. A lo mejor no les afectaría demasiado si los monos no se parecieran tan grotescamente a los seres humanos”.

La habitación de Giovanni es una de las obras ficcionales de Baldwin —la otra es un relato muy breve— en la que todos los personajes son blancos. Él dijo en entrevistas que no sentía que pudiera abordar al mismo tiempo la doble agonía del racismo y el odio hacia los homosexuales, pero, de hecho, la raza está presente en todo el libro, especialmente en esa aterradora imagen, que es radiactiva, de la iconografía del racismo estadounidense. La homosexualidad se retrata en términos raciales repetidamente en La habitación de Giovanni. Joey, el amigo de la infancia con quien David pasó una noche apasionada, es descrito repetidamente como “parduzco” y “oscuro”. El mismo Giovanni es “oscuro y leonino”; más concretamente, se lo imagina en esta primera escena como parado “en una casa de subastas”. La raza es una categoría imaginaria, bajo constante negociación; vale la pena recordar que, en Estados Unidos, no mucho antes de La habitación de Giovanni, los italianos y otros europeos del sur eran vistos como no blancos.

Estados Unidos está entre las preocupaciones más profundas de la novela, y esto también es algo que me llamó la atención de una manera nueva cuando releí la novela de Baldwin después de haber escrito la mía. Tal vez sea cierto que todos los libros sobre estadounidenses en el extranjero sean finalmente libros sobre Estados Unidos; ciertamente es el tema profundo de las novelas de Henry James, particularmente quizá en Los embajadores, que era la favorita de Baldwin. Pienso que es la experiencia profunda de vivir en el extranjero cuando uno descubre, quizás por primera vez, lo que significa el hogar. O qué significaba el hogar, ya que el significado parece depender tanto de su pérdida. “No se tiene una casa hasta que se la deja”, le dice Giovanni a David, “y luego que la has dejado nunca más se puede regresar”.

Para Baldwin, la identidad estadounidense —y en sus ensayos deja claro que se refiere a la identidad estadounidense blanca— es una elaborada forma de defensa, una serie de mitos pensados para aislarlo a uno de realidades insoportables. Ser estadounidense, dice Giovanni en su primera conversación con David, es creer que “con tiempo suficiente y todas esas virtudes y la temerosa energía que tienen, pudieran decidir cualquier cosa, resolverlo todo, poner todo en su lugar. Y cuando digo todo… quiero decir todas las cosas serias y horribles, como el dolor y la muerte y el amor, algo en lo que ustedes, los americanos, no creen”. Esta primera conversación está llena de coqueteo y juego; más tarde, Giovanni reafirma esto con infinita amargura. “Nunca te han pasado cosas terribles”, dice, y David, finalmente, está de acuerdo con él, una vez que él mismo ha probado la verdadera amargura, una vez que ha perdido lo que él llama “la particular inocencia y confianza que nunca volverían”.

Baldwin en Paris

Las más famosas líneas del libro acerca de Estados Unidos se deben a Hella; ella las declara en su escena final. “Los americanos nunca deberíamos venir a Europa”, dice. “No podemos volver a ser felices. ¿Qué hay de bueno para un americano que no es feliz? La felicidad era todo lo que teníamos”. Ella no nos dice exactamente qué quiere decir con felicidad, pero creo que para su articulación más clara deberíamos volver a esa primera escena de coqueteo entre Giovanni y David. “¿En qué crees tú?”, le pregunta David, y Giovanni responde:

No creo en este sinsentido del tiempo. El tiempo es normal, es como el agua para un pez… ¿Y sabes lo que pasa en esta agua, tiempo? El pez grande se come a los peces pequeños. Eso es todo. El pez grande se come a los pequeños y al océano no le importa.

Ay, por favor —contesté—. Yo no creo en eso. El tiempo no es como el agua y nosotros no somos peces y uno puede escoger ser comido y también no comer —agregué rápidamente, sonrojándome un poco ante su sonrisa alegre y sardónica—, a los peces pequeños, por supuesto.

—¡Escoger! —gritó Giovanni, retirándome la cara… ¡Escoger! —volvió la cara hacia mí de nuevo—. Realmente eres un americano.

La felicidad estadounidense o americana es, entonces, esta peculiar inocencia, la creencia de que uno puede elegir, y sin gran sacrificio ni costo, ser bueno, con lo cual quiero decir, estar exento de la necesidad, moverse por el mundo sin causar daño. Esto es lo que pierde David, y quizás enfatizar esta pérdida es el efecto más importante del comienzo de la novela de Baldwin donde lo logra, al final, con David perdido en una especie de desnudez moral.

La habitación de Giovanni es, a fin de cuentas, un libro sobre un estadounidense despojado de los mitos de Estados Unidos, sobre todo del relato que nos encanta contarnos a nosotros mismos de la posibilidad de nuevos comienzos y puntos de partida limpios, es decir, de la imposibilidad de que alguna vez nos suceda algo irrevocable. Pero ahora le ha sucedido a David algo que nunca podrá corregirse y de lo cual no puede simplemente alejarse. Y esta es la justificación más importante de cómo Baldwin usa el tiempo en la novela: ahora el pasado de David siempre será su presente. “Quizás la casa no es un lugar”, piensa David, en una línea inquietante, “sino simplemente una condición irrevocable”. Él está pensando en su homosexualidad. Este pensamiento se le ocurre cuando se da cuenta de que un marinero que pasaba ha visto el deseo que él estaba sintiendo y del que no era completamente consciente. Pero incluso más que el deseo, es el dolor por Giovanni y la culpa por su destino lo que da a David su condición irrevocable, una identidad de la que finalmente no puede pretender deshacerse: su hogar desconsolado y profundamente poco americano.

Artículo aparecido en “The Guardian” 19-11-2016. Se traduce con autorización de su autor | Traducción: Patricio Tapia.

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