Viaje al inconsciente. Crítica de María y el fuego, de Carmen García

Debajo la mampostería de la realidad, los personajes de Carmen García transitan hacia mundos ocultos y pulsionales

En ‘La hora correcta’, Elena despierta todos los días dos minutos antes de que suene el despertador, para ir a trabajar a una farmacia. Su rutina es contenida, asfixiante, parece un simulacro de normalidad, como un departamento piloto; así es como nos la describe la narradora, siempre muy cercana a sus personajes: “Su casa es definitivamente sobria, no hay nada personal ahí. Parece un departamento piloto”. A veces, Elena revisa Instagram. Mira a Miley Cyrus, su sensualidad impostada, falsa; También un simulacro de erotismo, pero que de alguna forma entra en sus sueños.

El mundo onírico de Elena, ofrece en cambio una realidad transfigurada, insondable, que sirve de contraste y consuelo para la insubstancial vida que lleva. Allí, en el universo oculto de sus sueños, las heridas emocionales que arrastra en su cotidianeidad, parecen encontrar algún tipo de cicatrización.

Este contraste entre dos mundos –uno visible, pero vacío, y otro el oculto, pero extrañamente significativo–, atraviesa la mayor parte de las historias que componen María y el fuego (Neón, 2021), primer libro de cuentos de la poeta y narradora, Carmen García.

La fuerza de los cuentos de Carmen García reside en este mundo simbólico, que parece poner en entredicho la feble realidad. De esta forma, la rutina laboral, los conflictos familiares o de pareja, las problemáticas sociales e incluso la posición subalterna de la mujer en estos contextos, parecen todos nada más que excusas, máscaras que sólo ocultan el verdadero drama.

Las historias ponen en escena mujeres que imaginan, fabulan mundos en soledad. Su imaginación las saca de un entorno agobiante, en el que no se sienten a gusto, y las arrastra hacia reinos más complejos y pulsionales. El lenguaje que se utiliza para recrear sus rutinas, conflictos y temores, es siempre contenido, frases cortas y precisas, sin alambiques. Da la impresión de que se estuviera reprimiendo algo, un esfuerzo deliberado por no distorsionar la realidad con figuras literarias. Este tono es útil para crear una atmósfera de normalidad opresiva, que se va enrareciendo de a poco.

En ‘Noches sin luna’ una mujer en la Patagonia, cansada de su relación de pareja, imagina cómo sería su vida con un hijo. En ‘Ningún otro lugar en el que estar’, una relación casual arranca a partir de una fiesta. En ‘El idioma de las cuevas’ una niña va a la escuela, en ‘El unicornio’ otra niña, o la misma, se escapa de la casa. Pero estos contextos argumentales, muy visitados por la literatura contemporánea, son solo la mampostería, la pátina que encubre un mundo extraño, poblado de espectros, figuras rituales, vampirescas o demoníacas.

El acceso a este mundo otro, se realiza siempre a través de la imagen poética, más que a través de un desarrollo argumental completamente decodificable. De alguna forma, es como entrar en el inconsciente de los personajes, a través de símbolos o gestos que no se ensamblan con una personalidad determinada, sino que más bien la desmantelan. La fuerza de los cuentos de Carmen García reside en este mundo simbólico, que parece poner en entredicho la feble realidad. De esta forma, la rutina laboral, los conflictos familiares o de pareja, las problemáticas sociales e incluso la posición subalterna de la mujer en estos contextos, parecen todos nada más que excusas, máscaras que sólo ocultan el verdadero drama.

Los personajes de María y el fuego sufren de una alienación más profunda, que se juega a un nivel existencial, más que en los condicionantes por así decir “culturales”. Son seres que por alguna razón han perdido el contacto con su emocionalidad, con su capacidad de sentir verdaderamente la vida, porque esa conexión ha sido arrasada por discursos impostados y a la larga vacíos.

En este sentido, el aspecto más inquietante, y disfrutable de estos relatos tiene que ver con su capacidad para develar las imposturas de las que está hecha la vida contemporánea.  Se pone de manifiesto así, que debajo de la normalidad prosaica por la que nos desvivimos día a día, subyace un mundo otro, donde anida algo más monstruoso, pero más verdadero, que no estamos acostumbrados a mirar.

Buenos relatos de una intensidad repentina, para interrumpir por un momento el vértigo de la vida que a veces transcurre con demasiada celeridad.

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