Sonó el teléfono, pero como suenan los teléfonos ahora, sólo un bip y una vibración, confirmando lo que habíamos estado esperando. Coordenadas, horarios y terminología que ya era irrelevante. Fue como estar leyendo “El año del pensamiento mágico” otra vez. Por eso abandoné el libro. Qué me importaban en ese entonces las palabras de manual de biología, aunque al menos todas dan alguna idea; la pista de un lugar del cuerpo y una acción medio química medio física que explican un desenlace. Con la información necesaria esperé una hora razonable para salir a la calle. Hay cosas que no son razonables a las 4 am.
Que la física de los espíritus haga lo suyo. Otro rezo. Nos sentamos, nos ponemos de pie. Palabras de buena crianza y miradas que se reconocen a pesar de los años de ausencia.
Chaqueta empapada y zapatos inundados. Entré al templo y lo abracé fuerte. Cuando alguien se va, alguien llega, dicen las viejas. Se van de a tres, me enseñaron hace tiempo. Abracé a otros y a otras. Flores, globos, velas, rezos y fuente de agua debajo para evitar no sé qué cosa. Que la física de los espíritus haga lo suyo. Otro rezo. Nos sentamos, nos ponemos de pie. Palabras de buena crianza y miradas que se reconocen a pesar de los años de ausencia.
La llegada al camposanto fue fácil. El mall de la muerte soft, el espectáculo de lo que no se habla. Me fue inevitable recordar el poemario de Gonzalo en el libro de Zambra, ese que todos leyeron y fotografiaron en cuarentena para registrar que el encierro estaba siendo interesante. Parque del Recuerdo, Parque del Sendero, Parque de las Plaquitas de cemento que se ven desde la autopista donde nadie juega y dan ganas de llevar mantita y hacer un picnic. Ahí mismo estuve. Busqué la mano de mi padre y me entregué a los ritos ajenos y a las palabras de afecto hacia quien me di cuenta no conocía ni su nombre.
Imagen: trabajo de collage de Nicole Suid