Estadía en el psiquiátrico. Crítica de S-3 de Bette Howland

La escritora norteamericano relata su paso por el psiquiátrico en los años 70, en un testimonio de una sorprendente actualidad

No es casualidad que este libro se haya reeditado. En nuestra época, donde prolifera la enfermedad mental, incluso más después de la pandemia, el libro titulado S-3, de Bette Howland, pareciera confundirse con cualquier otro contemporáneo. Por momentos, olvidamos que fue publicado en 1974. Pero ¿qué es lo que lo hace tan compatible con la modernidad? Sobre todo: ¿por qué nos atrae la vida en un psiquiátrico durante 1968?

Bette Howland nació en enero de 1937 y falleció en diciembre de 2017. Era una escritora y crítica literaria norteamericana que, en 1968, tuvo un intento de suicidio fallido en el que ingirió una botella de pastillas. Así es cómo terminó en S-3, el ala psiquiátrica del hospital de Chicago.

Este libro retrata su tiempo allí y, sin embargo, Bette aparece en muy pocos momentos. Con la fuerza de un narrador omnisciente, ella describe su entorno: S-3, (que la denominación de una radiografía psiquiátrica), funciona también, una biografía de los demás pacientes.

“Éramos caras, no cuerpos y almas”. Sus compañeros en la sala varían: algunos apenas están cursando una depresión leve, mientras que otros terminan siendo trasladados a Idlewild, un hospital psiquiátrico más importante. No obstante, todos comparten la experiencia común del día a día en la sala: la comida nauseabunda, los comportamientos desagradables, las actividades organizadas por el hospital (que la mayoría provocaban tedio y rechazo) y los fuertes medicamentos que tranquilizan a los pacientes hasta volverlos casi inanimados. Sobre todo, cada uno de ellos conoce la negligencia médica.

“Todo el hospital, a decir verdad, era inenarrablemente desmoralízate, deprimente, salido del siglo xix”. Porque los equipos médicos eran antiguos. El hospital parecía casi abandonado. Los mismos doctores postergaban las citas e ignoraban las verdaderas necesidades del grupo. Los pacientes se entendían entre sí (Zelma comprende que Bette quiso suicidarse al escuchar su voz), pero a los médicos les falta ese tacto, el código de comportamiento implícito. Los externos son descritos como “brutos, pusilánimes”, y las enfermeras tratan a los pacientes como a infantes (“Había muchos momentos que me recordaban mi infancia. ¿Qué otra cosa se podía esperar? Nos comportábamos como niños, nos trataban como a niños…”).

S-3 te pone en el lugar del paciente psiquiátrico y te abre los ojos con pinzas. Por eso al principio sorprende que, por ejemplo, el hospital sea severo con las visitas, porque “las visitas no eran un buen remedio. No sanaban, dolían; reabrían viejas heridas”. O que las charlas motivacionales no tengan sentido; ningún podcast ni libro de autoayuda sirve en este caso. 

También impacta eso que Bette llama “mundo real”, la burbuja de lucidez que tienen los pacientes por momentos y que los obliga a entender lo más básico y elemental: que ellos son locos, gente por fuera de la normalidad, los otros

Hay pocas instancias, en toda la obra, donde podemos ver realmente qué momentos de la vida de Bette fueron traumáticos: el asesinato de su tía, el abuso sexual por parte de un médico; mientras que, a su vez, nos muestra la negligencia, el desconocimiento, como cuando un médico le recomienda “ver más televisión” después de que tuviera depresión post-parto.  

La sanación es liberarse de la propia personalidad, de la historia particular. Eso es lo que consigue Bette y por eso nunca más vuelve a pisar S-3. Pero la historia (y las historias) dentro de la sala psiquiátrica fueron el motor de esta obra que, sin dudas, nos conecta con la importancia de la salud mental. 


Bette Howland

S-3. Una memoria (256 páginas)
Eterna Cadencia, reeditado 2022

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