El silencio abre fisuras –muchas veces incómodas–, ante las cuales nos vemos impulsados a buscar nuevos códigos, otro lenguaje. El del cuerpo, por ejemplo, que no se articula a partir de signos convencionales como las palabras, pero es capaz de expresar, de manera cognoscible, opresiones cotidianas: el sueño, el hambre, la vertiginosidad de un mundo que no da respiro; también, de proyectar una pulsión de vida, incluso ante las más profundas amenazas.
La compañía de teatro La Trama, creada y dirigida por la directora Stephie Bastías, dio forma a la Trilogía del Encierro, que se compone de tres obras: “La torre” (2018), “El convento” (2021) y “El orfanato” (2022). En ellas, distintos grupos de mujeres, situadas en atmósferas clausuradas, en épocas difusas, develan el deseo y la frustración mediante el cuerpo, el cual se transforma en un medio de exploración y vivencia en el que las palabras –las que podemos entender, al menos– no tienen cabida.
Stephie Bastías (1992) es oriunda de Concepción. En medio de la temporada de estreno de “El orfanato”, el cierre de la trilogía, se reunió a conversar con nosotros sobre su proyecto teatral, sus influencias y motivaciones al momento de crear. Para empezar, nos contó que su inclinación por la actuación se gestó a partir de las teleseries del director Vicente Sabatini, las cuales recorrieron Chile con producciones que marcaron a toda una generación a mediados de la década del noventa y principios de los dos miles. No obstante, el deseo de Bastías por actuar dio un vuelco tras cursar el ramo de dirección, en cuarto año de la carrera de actuación en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, impartido por Marco Guzmán. La artista reconoce que esta experiencia la impulsó a levantar su primer proyecto autoral, motivada por la idea de crear mundos que le permitieran cruzar la realidad y la ficción, a su modo:
“Me encanta Artaud, pues tiene algo que creo que resume muy bien lo que lo que a mí me gustaría generar en las personas: ‘hay que dar a las palabras solo la importancia que tienen en los sueños’. Eso, cuando lo leí me marcó, porque si uno recuerda sus sueños, vienen imágenes, sensaciones. No hay lógica, hay poca palabra
“Fue así nomás, una pulsión que admiro harto cuando miro hacia atrás, porque ahora siento que estoy más retraída que en ese minuto, en el que bastaba la idea, bastaba el trabajo que teníamos y la compañía que habíamos formado para darle hacia adelante. Creo que igual fue importante el respaldo de algunos docentes como Marcos Guzmán, como Lucho Ureta, que son dos directores bien importantes que me dijeron ‘está bueno el trabajo, vamos, dale’, que me afirmaron mucho en el camino”.
Las obras de Bastías tienen la intención de perturbar a sus espectadores a partir de la creación de atmósferas. Experiencias de inmersión que no dejan espacio a la indiferencia. A primera vista, la directora transmite una candidez que pareciera oponerse a la opacidad que caracteriza a sus montajes. Para disipar esta aparente contradicción, nos adentramos en algunas de sus referencias:
“Me encanta Artaud, pues tiene algo que creo que resume muy bien lo que lo que a mí me gustaría generar en las personas: ‘hay que dar a las palabras solo la importancia que tienen en los sueños’. Eso, cuando lo leí me marcó, porque si uno recuerda sus sueños, vienen imágenes, sensaciones. No hay lógica, hay poca palabra. Ahí encontré una síntesis muy bonita, muy poética, de algo que me gusta hacer en escena, que es levantar una especie de sueño. Y creo que la Trilogía fue profundizar en eso. Hay claras diferencias entre “La torre” y “El orfanato”. Me di la libertad de ir desarticulando toda esa lógica que el público espera que le entreguen. También hay una exploración en temas como la muerte, la sangre, el horror, la peste. Todo esto me movilizó y me llevó a pensar un teatro mucho más radical en sus imágenes, en sus colores, como la vida. Porque, de hecho, creo que la vida es así, ruda, triste”.
De las teleseries de Sabatini, de alguna forma representativas de la reprimida sociedad post dictadura, llegamos a esta turbadora propuesta. La directora nos cuenta que su acercamiento al teatro se produjo una vez establecida en Santiago, cuando la decisión de estudiar actuación ya había sido tomada. Antes de eso, señala, había visto pocas obras. No obstante, no vaciló al señalar la experiencia teatral que más la había marcado:
Empezó a darme vueltas el por qué teníamos que estar tan pegados al texto, a las palabras. Me pregunté qué pasaba si creaba una obra en la que la gente no entendiera lo que se hablaba, y así surgió la idea de “La torre”, en la que predomina un lenguaje inventado.
“Me remeció totalmente la obra “Tratando de hacer que una obra cambie el mundo (el delirio final de los últimos románticos)”, de Marco Layera y su compañía, La Re-Sentida. Fue mi favorita, porque rompía códigos que no sabía que se podían romper. Cuando la vi, conocía lo de la cuarta pared, pero era más bien ingenua frente a la teatralidad, y en esta obra pasaban por todos lados, gritaban. Tenía mucho humor, pero también mucha tragedia. Sin dudas, me dejó bien loca, pese a que es una de las obras más contenidas de la compañía”.
Teatro para incomodar
Cada uno de los montajes de Bastías propone escenas inquietantes. Algunos conceptos que se repiten entre espectadores consultados fueron turbación, asco, incomprensión, brutalidad. Frente a esto, la directora reflexionó sobre su propuesta:
“Hay gente a la que no le gusta sentirse así de interpelada, gente a la que le gusta ir al teatro a pasar un rato agradable, a reír. Para mí, el teatro tiene que ser un espacio en el que te encuentras con algo que quizá no quieres ver, lo que no quita que pueda causar vértigo, que tenga humor, que sea entretenida como venga. Incomodar me hace sentido (…). Me gusta ir más allá de lo que está en la piel. Por eso, por ejemplo, me pareció que trabajar con una materialidad como la sangre era todo un desafío, porque es obvio que lo que estás viendo es falso, pero el desafío está en lograr remecer, a pesar de esa conciencia. Ahí creo que se vuelve súper interesante la tarea de creadora”.
A propósito del reto de tensionar las estructuras más tradicionales, reaparece la idea del silencio.
¿Por qué el silencio se transforma en uno de los ejes transversales de la Trilogía?
“Creo que lo fui descubriendo después de la primera obra, me interesó seguir profundizando en eso, porque, en un inicio, nació del querer proponer una obra diferente. Empezó a darme vueltas el por qué teníamos que estar tan pegados al texto, a las palabras. Me pregunté qué pasaba si creaba una obra en la que la gente no entendiera lo que se hablaba, y así surgió la idea de “La torre”, en la que predomina un lenguaje inventado. En ese proceso, me gustó lo que pasó con el cuerpo de las actrices, y después, la forma en que el público lo recibió. Descubrí que había más allí”.
Las tres obras de Bastías están cruzadas por personajes femeninos oprimidos por instituciones patriarcales, relegadas a habitar un margen ante el cual rebelarse parece difícil, sino imposible. Un coro trágico que, no bien se deja ver en el escenario, nos hace comprender que seremos testigos de una catástrofe sellada por el sino de ser mujer. Las actrices que componen los tres elencos de la Trilogía son las encargadas de dar forma a cada relato, interpretado como una danza minuciosamente ejecutada y en la que sus cuerpos toman un rol vital.
¿Cómo ha sido trabajar con distintas corporalidades en tus tres obras? ¿Cómo es el proceso de creación de los personajes?
“Las obras tienen una estructura, un mundo y conceptos parecidos, más bien universales, por lo que, como una manera de distanciar y refrescar cada proyecto, se van sumando distintas corporalidades. Eso me permite ampliar el campo de creación a través de cuerpos que proponen cosas diferentes (…). Me parece importante poner en escena cuerpos diversos, sobre todo en un gremio en el que predominan los hegemónicos, y las excepciones suelen estar relegadas a cierto tipo de personajes. Veo y creo en esta diversidad porque, al no contar con palabras, es el cuerpo el que se vuelve el soporte de la narración. Esto es un campo de indagación en el que la respiración, el movimiento, la manera de dibujar el espacio se vuelven importantes para entender qué está pasando en la escena. Para conseguir esto, los procesos de las actrices son bien autorales, cada una construye su personaje y le da una dimensión a partir de los lineamientos que propongo al comienzo. Eso es bien bonito”.
Para terminar, quisimos preguntar sobre libros. Nos contó que le gusta sor Juana Inés de la Cruz, Edgar Allan Poe, Roland Barthes y Alejandra Pizarnik, entre otros.
¿Cómo la novela La condesa sangrienta de Pizarnik se transformó en inspiración para “La torre”?
“Le comenté a Lucho Ureta mi deseo de trabajar con sangre y mujeres y me la recomendó. “La torre” surge a partir de una parte muy chiquitita de la novela que dice algo como: “y las sirvientas llevaron la bandeja”. No aparecen mucho más en la novela, y yo pensé en ellas, en el terror que deben haber sentido y en las posibilidades que eso me daba para pensar en la mujer, en su cuerpo históricamente violentado. La leí y dije: aquí está el mundo, y por ahí nos fuimos”.
Hermosa reflexión sobre este trabajo de una compañía joven y valiente. Experimentar y proponer, en un contexto tan precario como el de el arte en Chile, es complejo; pero ellas lo hacen nuy bien.